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miércoles, 11 de febrero de 2009

¡Córtame el pelo, Ramón!

Ramón es peluquero. Desde mi niñez, durante la ajustada media hora en la que desarrolla su trabajo, conversamos sobre temas muy variados e interesantes que han ganado en profundidad y madurez inversamente al volumen de pelo extraído, desafortunadamente para mí.

En la última ocasión que pudimos hablar, escuchando en la radio de fondo una tertulia sobre la famosa “crisis hipotecaria”, me surgió una cuestión de la que son fruto estas líneas. Le formulé una pregunta entre ingenua y curiosa sobre la perspectiva de su recuerdo en anteriores periodos de dificultad.

Ramón, hombre de gran sensatez y experiencia a la vez que gran observador de los detalles cotidianos en las personas, me relataba sus experiencias en anteriores periodos que íbamos enmarcando aproximadamente en la crisis de petróleo de 1973, los periodos inflacionistas del año 1979 al 1982 en España, la anterior crisis inmobiliaria de 1992 y en los ajustes de alrededores de 2002. Pero en ninguna de esas fechas encontraba similitudes que me sirvieran de referencia para intentar un paralelismo con el momento actual.

Realmente, ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo en la valoración de la gravedad ni las consecuencias de lo que está ocurriendo, por lo que sólo el paso del tiempo permitirá que los entendidos lo interpreten en sus artículos y libros.

Los expertos vaticinan que los ciclos económicos experimentan una disminución de su amplitud debido fundamentalmente a la amortiguación proporcionada por las medidas de control de los bancos centrales y las herramientas utilizadas para regular las grandes variables macroeconómicas. Pero en este momento estamos en el ojo del huracán y hay dos aspectos que adquieren una relevancia que en otras ocasiones no ha trascendido: por un lado el carácter global de la crisis, lo que requiere de una acción coordinada y conjunta de los bancos centrales y los gobiernos para que las medidas a tomar tengan el efecto deseado; por otro lado, la caída en picado de la confianza del consumidor que me atrevería a decir, si cabe, acentuada por los medios de comunicación. ¿Qué debe estar ocurriendo cuando las principales variables macroeconómicas (inflación, precio del petróleo, euríbor) se han moderado pero no se arregla la situación?

Las hipótesis tradicionales sobre la autorregulación de los mercados se cuestionan ante el inquietante protagonismo asumido por algunas economías: el exceso de ambición nos ha llevado a un proceso de autodestrucción y algunos dirigentes estudian modelos de regulación e intervencionismo que no habían sido considerados con anterioridad.

Todo esto nos lleva a una conclusión irrebatible: iniciamos un proceso de renovación y cambio en los modelos de negocio, en las relaciones humanas y profesionales, así como una serie de transformaciones de ámbito social, cultural y organizacional. Pero la naturaleza humana se destaca por su resistencia natural al cambio, el profundo instinto de supervivencia que empaña la capacidad de reflexión y el positivismo que son necesarios para emprender ese proceso. Existe una generación preparada para recoger el testigo y liderar este momento de transformación. Aquellos que no estén dispuestos serán meros espectadores de esta magnífica y fascinante experiencia.

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